Libros y Mudanza
Historias de Mudanza vividas y relatadas por Profesionales, Empresas y Particulares para Compartir
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Apartamento de la nueva mudanza, que cuesta de alquiler más económico que una casa
Pero, como no podía ser de otra manera y a los fines de este escrito, los protagonistas absolutos de mi mudanza son los libros. Ellos que ya se habían salido de cauce, que desbordaban la biblioteca, deberán emprender un nuevo viaje (hicieron uno desde el taller a la librería y desde ahí a mi casa). Decidí que sería lo primero que embalaría, decisión no muy difícil porque al ser lo que mayor volumen ocupa, el resultado final es desalojarlos, sacarlos del camino.
Mi hermana se tomó el trabajo de pedirle cajas a Marcelo, el dueño del supermercado chino que tiene junto a su casa. Parece que la mujer de Marcelo no quería ceder ninguna, pero la generosidad del oriental fue más. Llegaron cajas de vino Carcassone, galletitas y fideos. En fin, cajas chicas. Pensé que no me serían muy útiles y fui derechito a una papelera a comprar cajas, cajotas. Grandes y de cartón corrugado grueso. Salieron caras pero calculé que indispensables.
Gran error. Cuando empecé a embalar me di cuenta de lo obvio. Las cajas chicas, con menor peso, son mucho mejores para maniobrar y hasta incluso para ubicar como si el mundo fuera un partido de Tetris.
El problema con las cajas chiquitas es que no me permitieron guardar las colecciones temáticas sin desarmarlas. ¿Cómo meter en una caja de Carcassone la sección de clásicos: el diccionario de Grimal, su historia de Roma, la Illíada y la Odisea de Gredos junto a las de Edimat (que compré cuando era chico) y la Eneida de Losada? Quedaron afuera Sófocles, Eurípides, Platón, Hesíodo…
Lo mismo pasó con Cortázar en una caja entraron las cartas, los cuentos completos y el libro con Prego Gadea. Pero quedaron afuera Los Premios, Rayuela, Todos los fuegos, Cronopios. Creo que voy a poder restablecer el orden perdido cuando lleguen a destino, pero no deja de darme miedo todo el asunto.
Mi sensación cada vez que meto un libro a la caja es de despedida. Es que estoy seguro que no todo va a llegar, creo en ese lugar adónde van todas las cosas perdidas y estoy seguro de que se nutre fundamentalmente de las mudanzas. Ciertas cosas depositadas especialmente en las cajas viajan hasta esa tierra utópica e inaccesible para no ser recuperadas jamás. Eso es lo que me da miedo, la certeza de que algo voy a perder. Espero que no sea un libro.
Mientras me doy cuenta de que los libros, como certifica este post, son el centro de mi mudanza, los Cds pasaron definitivamente al olvido. Aunque esos primeros que compré me costaron muchos ahorros de chico y los recuerdo con cariño, se convirtieron en un objeto molesto y caduco. ¿Para que los quiero si hace años que no los uso? Todo está en el disco rígido si quiero escucharlo a un golpe de mouse, sin siquiera moverme. ¿Pasará eso alguna vez con los libros, de despreciarlos tanto como para ni siquiera mudarlos? No creo que yo lo haga, no creo que mi generación, pero quizás la próxima tenga la misma opinión que hoy tengo sobre los discos.
Me quedo pensando en cómo hicieron esos héroes de la mudanza que trasladaron cosas de una manera tan valiente desde otros países. Por ahí tengo en alguna revista (de las muchas que embalé también) una entrevista donde Tabarovsky cuenta cómo trajo todas su biblioteca desde Francia en barco. Lo mismo habrá hecho Caparrós, en fin, aquellos que vivieron fuera del país mucho tiempo… ¡horror! Simplemente no puedo imaginarlo. ¿Y si les entra agua, y si en la aduana se los roban? No, es mucho riesgo para una sola persona.
En ese tren de temores, me vi obligado a descartar la generosa ayuda de mi tío y su camioneta para trasladar mis (poco) valiosas pertenencias.
En su lugar contraté un flete convencional al que tendré que subir las cajas una a una. Parece que para transportar cosas, aunque sea en la propia camioneta y sin fines comerciales, hay que tener un permiso. De lo contrario se corre el riesgo de ser multado y, peor aún, de que la policía secuestre el vehículo. Imagínense a este pobre lector sufriendo semejante trance. Sufriría como un infeliz por la pérdida de tiempo, porque, vamos, ¿qué va a hacer la policía con veinte cajas de libros?
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